Dos maldiciones volvían ayer a rondar nuestras cocorotas, el Madrid jamás había marcado en Gerland y el United tampoco lo había hecho en el Giuseppe Meazza. Los estadios de Lyon y Milan no conocían la derrota en las visitas de estos dos colosos europeos. ¿Qué iba a ocurrir en esta ocasión?
Muchas han sido las críticas a Ferguson por sus planteamientos eminentemente defensivos en partidos de cierta trascedencia tanto en Premier como en Champions contra rivales de renombre. Yo mismo nunca entendí por qué colocaba a Rooney como volante para ayudar a los laterales ante el Barça más desdibujado de Rijkaard, o por qué Cristiano aparecía como delantero puro cuando su capacidad de desborde se perdía abandonando la banda.
Aún hoy sigo sin entender algunas cosas que hace sir Alex, pero hay que reconocer que el asunto le marcha bien y sus decisiones casi siempre son determinantes en este tipo de enfrentamientos a vida o muerte. Ayer, como se esperaba, sacaba del once a Valencia, Anderson y Berbatov para componer un medio campo bien fuerte y móvil con los Fletcher, Carrick, Scholes y Park (mención especial al primero de ellos, Fletcher, que lo hace todo bajo un entendimiento táctico sobrenatural). El Milan propuso un fútbol directo que hizo daño a los laterales del United pero que se diluyó con el paso de los minutos y el cansancio de Pato y Ronaldinho. El trivote con el que sale en estos partidos el Manchester United no tiene afán de quitarte la pelota, es un martillo pilón con capacidad de hacer muchos kilómetros, te gana por agotamiento.
Cuando el furor de los milanistas se agotó se enfrentaron a la cruda realidad. No obstante no le quito importancia a la efectividad de los Red Devils y al placer de volver a ver -aunque a ratitos- al mejor Ronaldinho.
Algo similar debió pensar Claude Puel, criticado en Francia por el mal juego del equipo y salvado por la pegada de sus delanteros. Llegó el partido más importante de toda la temporada y se quitó de encima a Bastos, Källstrom, Ederson y Gomis para plantear a la superproducción cinematográfica el partido más biscoso y pegajoso posible. Doble pivote incansable, trabajo defensivo de los once y dos órdenes claras en ataque: insistir en la espalda de Marcelo (ya lo probó con Dani Alves hace un año) y jugar sin referencia en el área. El "Chelo" Delgado y Lisandro se movían fuera del área sin parar y Govou básicamente volvió loco al lateral izquierdo blanco en apenas 45 minutos. Como Ferguson, Puel conocía las virtudes del rival y su adaptación al entorno bloqueó al Real Madrid. Eso, como bien sabe el técnico escocés, sólo sirve para ciertos encuentros y ciertas circunstancias de apuro.
Algo similar debió pensar Pellegrini, que temiendo los balones de Pjanic y las torres francesas (Cris y Boumsong) encajó a Mahamadou Diarra en los titulares como quien quiere encajar un cuadrado en un círculo. Le salió rematadamente mal. No aprendió tampoco que los rivales saben que cogerle la espalda a Marcelo es un juego de niños y tuvo que rectificar en el descanso tirando los primeros 45 minutos a la basura. Exculpar a los jugadores y machacar al técnico chileno no es de recibo, los que están en el césped son los que le pegan a la pelotita y sin embargo el míster no supo esconder sus vergüenzas como lo hicieron otros. En Chamartín ya no cabrán los planteamientos innovadores, será la típica noche de Liga de Campeones con el respetable del Bernabéu a tope y la portería de Lloris entre ceja y ceja.
Xabi Alonso es baja, necesitarán a alguien para llevar la pelota de un lado al otro del campo, ¿será el día de Guti?
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